El aroma del bosque despertaba sus sentidos, el lobo dentro de Hiro parecía desesperado por ser liberado y mientras caminaba en la piel del humano podía percatarse de los pequeños rasguños que la bestia dejaba en su mente, si todo cuanto su abuela le contó era completamente correcto debía encontrar a una hembra en aquellos bosques, aunque realmente no estaba seguro de como se vería, ni de qué haría al verlo, si algo había memorizado de los licántropos en los libros es que eran bestias expertas en el arte de las batallas cuerpo a cuerpo y aunque Hiro se consideraba un oponente fuerte, estaba seguro de que no sería si quiera comparable a lo fuerte que pudiera ser un lycan que nació y creció conociendo su historia, conviviendo con la naturaleza, escondiéndose en medio de los árboles para cazar y matar.

A penas la muerte vino a su mente comenzó a sentir un sabor metálico en su boca, había comido antes de salir, pero eso no importaba, siempre tenía hambre, era la condición con la que había nacido, un hambre que jamás sería saciada por completo, pero que sería aprender a manejar y mientras antes lo lograra mejor, principalmente esa era la razón de tan arriesgado viaje, sabía que un lycan podría enseñarle a dominar ese apetito, cada vez se le hacía más difícil ir a su trabajo, caminar por la calle o si quiera estar en su departamento, todo cuanto podía sentir era ese aroma a sangre humana, a carne fresca esperando ser destrozada entre sus mandíbulas, el simple pensamiento le hacía agua la boca, pero era fuerte y se negaba a ceder ante la tentación.

Cuando ya se hubo internado lo suficiente en el bosque tomó asiento junto a un árbol, estaba cansado y el cielo parecía listo para comenzar a dejar llorar unas cuantas gotas sobre el verde paisaje. Ni siquiera pasaron cinco minutos cuando de repente el cielo se rindió y la lluvia descendió.

Había un nuevo aroma en el bosque, aquello fue fácil d detectar para Laya, había pasado la mayor parte de su vida entre esos árboles y cada parte de aquel lugar era su aliado, por la misma razón podía notar incluso el cambio más mínimo en la dirección del viento que traía consigo fragancias de un mundo más allá de los gigantes robles, Pinos y Eucaliptos, era un lycan de eso no cabía duda, pero ¿Qué clase de lycan entra a un nuevo territorio sin presentarse con el Alfa? Además no era muy común ver lycans nuevos por esos sectores, la mayoría de las familias eran seres milenarios, lobos que habían vivido en esos bosques junto a sus familias y sus muertos por miles y miles de lunas, seguramente era un cachorro, no de edad, sino un lycan que recién comenzaba a caminar por las sendas de los bosques y a aprender de su naturaleza, aún así había algo desigual en su aroma, aquel lycan olía a desesperación y muerte, debía tratarse de un hijo de la muerte, aquel era el apelativo que los mayores le daban a los hijos del pecado entre dos lycan, pero Laya no era uno de los ancestros, para ella solo era otro hermano que había encontrado su sendero de vuelta a la manada.

Siguiendo aquel aroma llegó hasta el lycan, lo vio caminar por un buen rato, pero él parecía no percatarse de su presencia, todo el cuerpo de Laya estaba entrenado para ser cauteloso, era un animal de caza y lo que más le acomodaba era seguir su presa a diferencia de su hermana Kiara que era un animal de combate, Laya era sutil, tanto que sus pies a penas producían sonido alguno, cuando el cielo comenzó a dar señales de lluvia no se inmutó, para ella era normal sentir la lluvia contra su cuerpo, aunque en este preciso momento se encontraba caminando en la piel del ser humano, sus pies estaban descalzos, sus piernas a penas cubiertas en su parte superior por unos pantaloncillos de jeans cortos y su torso cubierto por una holgada camisa cuadrille masculina de mangas largas.

Cuando vio que el chico se sentaba no pudo evitar sonreír y sin temor se acercó a hablarle.- No te asustes hermano, aquí en el bosque somos todos lobos... -La voz de Laya era tranquilizadora y algo rasposa, sus ojos parecían sonreír casi tanto como sus labios y su cabello color chocolate caía salvaje hasta la altura d sus codos.