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Título de trama
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Espacio libre
[Privado|Caliel] The sweet Angel and the girl of the night Miér Ago 06, 2014 9:22 amJulia V.[Akasha]
Stella [Abrahel]
La noche anterior…
Se le acababa el aire, hasta que al fin tomaba la pequeña luz que resultaba ser sólida, la aferraba en su mano con fuerza, sentía como se clavaba aquel objeto en la palma de su mano… Hasta que se quedaba sin aire y descubría que estaba tan profundo en el lago que no iba a llegar a la superficie… tenía que… oh, maldición… no podía respirar. Iba a morir aquí, aquí y ahora.
Actualidad (Rusia/ Lago Ládoga 6:50pm)
Abrahel se sumía en el recuerdo de aquel inexplicable sueño que le acosaba desde hace varios días... El demonio, desde su llegada al mundo humano era un barco a la deriva, parte de su castigo había sido olvidar donde había nacido, por ende el lugar al cual pertenecía le era desconocido. Había escuchado de sus hermanos, cuyo camino estaba claramente marcado, ella detestaba quedarse atrás, pero también detestaba adelantar las cosas e interrumpir el curso natural de la vida. Si todavía no sabía cuál era su lugar en el mundo era por algo.
Le encantaba el Lago Ládoga, su silencio, las piedras lisas y el agua tranquila le resultaba reconfortante. Era una noche preternatural; uno de esos momentos en que puede verse velas de ánimas brillando en el camino o en que te puedes tropezar con el espectro de una legión romana que camina a marchas forzadas a cobijarse en su ciudad de Caerleon antes de que descargue la tormenta. Y los pequeños seres deformes de las colinas debían de estar buscando madrigueras vacías de tejones donde guarecerse. El viento debía de perseguirlos gritando por los campos. Al borde del lago reinaba el silencio; sólo se escuchaba la ocasional rama romperse y el silbido del viento.
El increíble frío de Rusia era atormentante, lastimaba su piel y le hacía tiritar de frio, pero no quería alejarse de ahí por el momento. Era agradable a pesar de todo. Abrahel abrazaba sus piernas mientras apoyaba el mentón en sus rodillas, su mirada se perdía en la superficie del lago, sentía en el pecho algo helado, temeroso, y la sensación de que no debía irse de ahí. Decidió ignorar aquella sensación, y sujetando su abrigo, se levantó para alejarse. De forma repentina notó en el aire un olor nuevo, la dulce fragancia del mar. Se quedó inmóvil, pues era algo imposible, aquel lago era de agua dulce. Sintió ganas de darse vuelta y echarse a correr, perseguir aquella fragancia que se le hacía deliciosa.
Volvió a acercarse al lago, sus zapatos quedaron muy cerca del agua. El olor… Aquel olor le recordaba a casa, le recordaba a su hogar. Buscaba de forma desesperada el causante de aquella sensación. Un brillo dorado en el agua llamó su atención, el dilema radicaba en como haría para llegar hasta aquel resplandor, tomarlo, ver que era, saber la razón por la cual despertaba tan inusitado interés.
Una tempestad se desató; empezó a caer aguanieve que le golpeaba cruelmente el rostro y el frio empezó a calarle la ropa. Con las manos amoratadas y el rostro torturado por la violenta nevisca decidió entrar al agua helada. No le importaba el frío, le importaba saber que era aquel condenado resplandor que le llamaba tal como llamaba un imán a una pequeña limadura de hierro. Observo la luz y haciendo tripas el corazón, decidió terminar con aquello, dando varias zancada se introdujo en el lago poco a poco, tanteando la base para no caer en falso, reprimía sus gritos, maldiciones e improperios por el frio helado del agua que ya cubría sus caderas, extendía su diestra tratando de alcanzar la luz que brillaba en el agua. Dando un paso en falso su cuerpo se hundió por completo en el lago, con los ojos cerrados y en su desesperación se elevó a la superficie, tiritando de frío, tenía que apurarse o Stella estaría bajo los efectos de la hipotermia, y realmente no quería buscar otro receptáculo. Observo de manera furtiva como la luz que antes estaba en la superficie ya no estaba. Tomando valor tomó todo el aire posible y se hundió nuevamente en el agua. Efectivamente en la oscuridad del agua la pequeña luz dorada parecía bailar, nadó con desesperación por el frío que azotaba sus huesos hacia el albor refulgente, una ola de esperanza recorrió su cuerpo cuando notó que estaba cerca, tenía una oportunidad, aun podía soportar un par de minutos bajo el agua, pero la luz, al parecer quería colmarle la paciencia al demonio, pues desapareció y volvió a aparecer un poco más lejos. Abrahel en su necedad siguió nadando hacia la luz, sus movimientos de ralentizaban por la presión que ejercía el agua y por el peso de su ropa y calzado… Ahh faltaba poco, un par de brazadas y tendría la luz… Solo un poco más y saldría de aquella oscuridad y del frío que parecía apuñalar cada poro de su piel.
El frio la tenía aterida hasta los huesos, por más que intentara avanzar rápido no lo lograba… El aire… Oh, maldición… como en su sueño, su sueño se había vuelto realidad, no le quedaba aire, pero quería avanzar, si no podía alcanzar la superficie, por lo menos haría morir a su receptáculo descubriendo que era aquella luz. Apretado… se sentía tan apretado en su cuello y su pecho. Y pesado… como si hubiera manos estrangulándola… Por inercia abrió la boca para respirar, pero no ayudó porque su boca y luego sus pulmones se llenaron de agua helada. Su mirada aún se fijaba en aquella luz, por fin logró tomarla entre sus dedos, era sólida y redonda… Una moneda. Solo pudo palparla, pues el cuerpo de Stella empezó a ceder, su mirada se estaba nublando, había dejado de nadar. Santo infierno. El final había llegado. La ineludible realidad de morir estaba sobre ella. Ninguna salida esta vez. Nada que se pudiera hacer, ninguna batalla que emprender. La muerte no sería un concepto abstracto, sería un acontecimiento muy real e inminente…
De un momento a otro todo se volvió oscuridad. Abrahel era un como un pequeño animal, agazapado dentro de Stella. Esperaba la muerte de su receptáculo, amaba su receptáculo a decir verdad y lamentaba perderla. El sonido de un rayo reactivó los sentidos del demonio, le parecía extraño que aquel cuerpo pudiera volver a respirar… Podía abrir los ojos. Esta vez no veía oscuridad, estaba bajo el agua pero estaba iluminada con una incandescencia que resplandecía con la similitud de los rayos en una tormenta eléctrica; parpadeante e iridiscente. El demonio estaba más ocupado observando el objeto de sus deseos: Una moneda de oro.
Para muchos no tendría sentido alguno aquel objeto, y mucho menos el deseo de tenerlo entre sus manos. Abrahel conocía el significado, era muy claro ahora que el receptáculo que habitaba había adoptando una forma algo liquida rodeada de electricidad, sus cabellos eran oscuros y relucían con los matices verdes, colores de las profundidades marinas y su piel se había vuelto oscura y resplandecía como el ópalo. Sabía que no habría problemas en volver a su aspecto físico normal, pero sería luego, por los momentos había encontrado su razón de ser. Su existencia se veía resumida en aquella forma acuática y tormentosa.
Abrahel había resultado ser el demonio de las tormentas.
Se le acababa el aire, hasta que al fin tomaba la pequeña luz que resultaba ser sólida, la aferraba en su mano con fuerza, sentía como se clavaba aquel objeto en la palma de su mano… Hasta que se quedaba sin aire y descubría que estaba tan profundo en el lago que no iba a llegar a la superficie… tenía que… oh, maldición… no podía respirar. Iba a morir aquí, aquí y ahora.
Actualidad (Rusia/ Lago Ládoga 6:50pm)
Abrahel se sumía en el recuerdo de aquel inexplicable sueño que le acosaba desde hace varios días... El demonio, desde su llegada al mundo humano era un barco a la deriva, parte de su castigo había sido olvidar donde había nacido, por ende el lugar al cual pertenecía le era desconocido. Había escuchado de sus hermanos, cuyo camino estaba claramente marcado, ella detestaba quedarse atrás, pero también detestaba adelantar las cosas e interrumpir el curso natural de la vida. Si todavía no sabía cuál era su lugar en el mundo era por algo.
Le encantaba el Lago Ládoga, su silencio, las piedras lisas y el agua tranquila le resultaba reconfortante. Era una noche preternatural; uno de esos momentos en que puede verse velas de ánimas brillando en el camino o en que te puedes tropezar con el espectro de una legión romana que camina a marchas forzadas a cobijarse en su ciudad de Caerleon antes de que descargue la tormenta. Y los pequeños seres deformes de las colinas debían de estar buscando madrigueras vacías de tejones donde guarecerse. El viento debía de perseguirlos gritando por los campos. Al borde del lago reinaba el silencio; sólo se escuchaba la ocasional rama romperse y el silbido del viento.
El increíble frío de Rusia era atormentante, lastimaba su piel y le hacía tiritar de frio, pero no quería alejarse de ahí por el momento. Era agradable a pesar de todo. Abrahel abrazaba sus piernas mientras apoyaba el mentón en sus rodillas, su mirada se perdía en la superficie del lago, sentía en el pecho algo helado, temeroso, y la sensación de que no debía irse de ahí. Decidió ignorar aquella sensación, y sujetando su abrigo, se levantó para alejarse. De forma repentina notó en el aire un olor nuevo, la dulce fragancia del mar. Se quedó inmóvil, pues era algo imposible, aquel lago era de agua dulce. Sintió ganas de darse vuelta y echarse a correr, perseguir aquella fragancia que se le hacía deliciosa.
Volvió a acercarse al lago, sus zapatos quedaron muy cerca del agua. El olor… Aquel olor le recordaba a casa, le recordaba a su hogar. Buscaba de forma desesperada el causante de aquella sensación. Un brillo dorado en el agua llamó su atención, el dilema radicaba en como haría para llegar hasta aquel resplandor, tomarlo, ver que era, saber la razón por la cual despertaba tan inusitado interés.
Una tempestad se desató; empezó a caer aguanieve que le golpeaba cruelmente el rostro y el frio empezó a calarle la ropa. Con las manos amoratadas y el rostro torturado por la violenta nevisca decidió entrar al agua helada. No le importaba el frío, le importaba saber que era aquel condenado resplandor que le llamaba tal como llamaba un imán a una pequeña limadura de hierro. Observo la luz y haciendo tripas el corazón, decidió terminar con aquello, dando varias zancada se introdujo en el lago poco a poco, tanteando la base para no caer en falso, reprimía sus gritos, maldiciones e improperios por el frio helado del agua que ya cubría sus caderas, extendía su diestra tratando de alcanzar la luz que brillaba en el agua. Dando un paso en falso su cuerpo se hundió por completo en el lago, con los ojos cerrados y en su desesperación se elevó a la superficie, tiritando de frío, tenía que apurarse o Stella estaría bajo los efectos de la hipotermia, y realmente no quería buscar otro receptáculo. Observo de manera furtiva como la luz que antes estaba en la superficie ya no estaba. Tomando valor tomó todo el aire posible y se hundió nuevamente en el agua. Efectivamente en la oscuridad del agua la pequeña luz dorada parecía bailar, nadó con desesperación por el frío que azotaba sus huesos hacia el albor refulgente, una ola de esperanza recorrió su cuerpo cuando notó que estaba cerca, tenía una oportunidad, aun podía soportar un par de minutos bajo el agua, pero la luz, al parecer quería colmarle la paciencia al demonio, pues desapareció y volvió a aparecer un poco más lejos. Abrahel en su necedad siguió nadando hacia la luz, sus movimientos de ralentizaban por la presión que ejercía el agua y por el peso de su ropa y calzado… Ahh faltaba poco, un par de brazadas y tendría la luz… Solo un poco más y saldría de aquella oscuridad y del frío que parecía apuñalar cada poro de su piel.
El frio la tenía aterida hasta los huesos, por más que intentara avanzar rápido no lo lograba… El aire… Oh, maldición… como en su sueño, su sueño se había vuelto realidad, no le quedaba aire, pero quería avanzar, si no podía alcanzar la superficie, por lo menos haría morir a su receptáculo descubriendo que era aquella luz. Apretado… se sentía tan apretado en su cuello y su pecho. Y pesado… como si hubiera manos estrangulándola… Por inercia abrió la boca para respirar, pero no ayudó porque su boca y luego sus pulmones se llenaron de agua helada. Su mirada aún se fijaba en aquella luz, por fin logró tomarla entre sus dedos, era sólida y redonda… Una moneda. Solo pudo palparla, pues el cuerpo de Stella empezó a ceder, su mirada se estaba nublando, había dejado de nadar. Santo infierno. El final había llegado. La ineludible realidad de morir estaba sobre ella. Ninguna salida esta vez. Nada que se pudiera hacer, ninguna batalla que emprender. La muerte no sería un concepto abstracto, sería un acontecimiento muy real e inminente…
De un momento a otro todo se volvió oscuridad. Abrahel era un como un pequeño animal, agazapado dentro de Stella. Esperaba la muerte de su receptáculo, amaba su receptáculo a decir verdad y lamentaba perderla. El sonido de un rayo reactivó los sentidos del demonio, le parecía extraño que aquel cuerpo pudiera volver a respirar… Podía abrir los ojos. Esta vez no veía oscuridad, estaba bajo el agua pero estaba iluminada con una incandescencia que resplandecía con la similitud de los rayos en una tormenta eléctrica; parpadeante e iridiscente. El demonio estaba más ocupado observando el objeto de sus deseos: Una moneda de oro.
Para muchos no tendría sentido alguno aquel objeto, y mucho menos el deseo de tenerlo entre sus manos. Abrahel conocía el significado, era muy claro ahora que el receptáculo que habitaba había adoptando una forma algo liquida rodeada de electricidad, sus cabellos eran oscuros y relucían con los matices verdes, colores de las profundidades marinas y su piel se había vuelto oscura y resplandecía como el ópalo. Sabía que no habría problemas en volver a su aspecto físico normal, pero sería luego, por los momentos había encontrado su razón de ser. Su existencia se veía resumida en aquella forma acuática y tormentosa.
Abrahel había resultado ser el demonio de las tormentas.
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