La sangre brotaba de la cabeza que ahora se hallaba sobre el suelo. La herida era profunda y esta se podía apreciar incluso en la frente, justo bajo el cabello rubio, los ojos vacíos miraban al hombre que sostenía el atizador en la mano, del cual aún pequeñas gotas del líquido carmesí caían al suelo, entre los cabellos que por la fuerza del golpe se quedaron incrustados en el metal. Afuera no se escuchaba ninguna sirena, ni alarmas ni gritos, en el resto de la casa solo se podía apreciar el incesante tic tac del reloj de pie, que con su lengua marcaba que ya era hora de irse de allí.

Pero simplemente no se podía mover, pues la visión de la mujer muerta en el suelo era algo que le tenía hipnotizado. Pudo recordar, como apenas segundos atrás, el cráneo había sucumbido con un “crack” bajo el peso del instrumento de metal que se había abalanzado como una bestia sobre ella. Con las piernas semi abiertas, el brazo derecho destrozando en un ángulo casi irreal, pues al querer protegerse del golpe, el instrumento le había roto el brazo, se encontraba tendida en el suelo como una muñeca. Hermosa, sin duda, y con ese color rojo, su piel ahora se tornaba sonrosada.

Debes irte…

William sostenía el arma mortal con una mano mientras con la otra rascaba sus testículos, en un mordido momento donde verla allí tendida empezó a parecerle sexualmente agradable. Las largas y esbeltas piernas que no pondrían resistencia a que él se acomodara entre ellas…

Con un sonido seco, el arma cayó al suelo, y ni aun así se pudieron escuchar las sirenas de la policía. El cinturón liberó la bestia que permanecía cautiva entre la ropa interior de ese joven de 24 años que ese día, al despertarse, había tenido la grandiosa idea de visitar a su prima.

Y matarla…

La humedad dentro de ella era algo que William nunca había experimentado, la forma en que a pesar de carecer de todo movimiento, ella brindaba tanto placer como la mano que a veces le acompaña a desahogarse.

Debes irte… carajo!

Nuevamente la voz de la razón… que ahora parecía estar más y más lejos de su mente, pero siempre presente. No pudo hacerlo mucho tiempo, su inexperiencia en esas cuestiones, le llevo a correrse demasiado pronto dentro del cadáver de Tamara, quien de haber podido, hubiera asestado un fuerte golpe en la mejilla de su primo.

Ya me voy… de acuerdo?

Pero no pudo hacer ya mucho, la verdad era que su crisis, esa que le había empujado a asesinar a Tamara, le cegaba los sentidos y no pudo escuchar a la policía hasta que estos lo tuvieron contra el suelo.

Maldito cerdo!

Cámara de gases…

Al abrir los ojos esa noche, se encontró con un extraño joven de profundos ojos oscuros de pie junto a su cama, con las manos en los bolsillos y la mirada fija en él. Parecía estar brillando envuelto en una tenue luz ocre, y pudo ver, juró por lo más sagrado, como este se comenzaba a volver transparente y poco a poco desaparecía.

Porque el sueño de la muerte siempre es el más delicioso…

- William… algunas últimas palabras antes de que la electricidad recorra tu cuerpo?...

- Si… ¿Dónde está Tamara?