Uno de los grandes misterios humanos que ponían a pensar a Abrahel, con la intensidad de quien piensa en la inmortalidad del cangrejo, era la capacidad de aquellos seres, tan amados por el Altísimo para poder buscarle problema a quien está tranquilo. Y es que al parecer, ellos, al notar a alguien que simplemente no desea problemas, tienen la imperiosa necesidad de hacer algo para arruinar por completo el estado zen del individuo. Y justamente esa noche, Abrahel, la traficante de pecados, simplemente quería estar tranquila, deleitarse con el intenso sonido del silencio y transmutar todas aquellas energía negativas a la cual siempre estaba expuesta, tanto por placer al hacer pecar a los hombres y mujeres de poca fe con sólo murmurarles en el oído, como por trabajo, pues ese era el suyo. Pero como todo trabajo, era necesario un merecido descanso, tratar con las personas resultaba ser agotador luego de un tiempo, luego de pasar tiempo observando los mismos aspectos y rasgos en cientos de personas; es increíble hasta qué punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería y la avidez y, en general, todo ese tipo de atribuciones que forman la condición humana pueden verse en tantos rostro. Dicho eso, resulta natural querer apartarse de todo, al menos por una noche.

Abrahel caminaba tranquilamente, dejando que el viento moviera sus cabellos de forma melancólica, alta, de rasgos finos y piernas largas, Abrahel era obviamente algo vistoso en una calle desolada. -¡Preciosa! ¿No quieres algo de este hombre?- Abrahel se detuvo, cerró los ojos y suspiro fuerte tratando de hacer uso de la audición selectiva y omitir la voz del hombre que se encontraba cerca, obviamente borracho, pues no había otra cosa que detonara tanto la vanidad como aquel líquido que tantas vidas arruinaba. Prefirió seguir caminando, pues era malo hacer molestar al demonio de las tormentas.- ¡Mírame! ¿No soy suficiente para ti?- No, obviamente no lo era, la paciencia de Abrahel se agotaba rápidamente pues el hombre ahora caminaba a su lado, hablándole con aquel aroma a alcohol en cada aliento.

El hombrecillo terminó adentrándose en un cementerio, Abrahel pensó que era mejor seguir con su vida, pero al pasar por la entrada pudo notar al hombrecillo recostado sobre una lápida. -¿No quieres hacerlo aquí, preciosa?- Comentó dando una carcajada aquel borracho asqueroso. Bien, Abrahel le daría una lección para que dejara de beber y molestar a las personas, sería su buena acción del día.- ¿Sabes? He escuchado rumores sobre este lugar… Las personas desaparecen al ver a una persona con ojos oscuros, totalmente negros, dicen que es Satanás… Satanás con forma de mujer que viene a llevarse cuanta alma pueda. –Comenzó Abrahel con aquel acto, acercándose lentamente, mientras sus largos cabellos jugaban al viento y ocultaban un poco su rostro. El hombrecillo estaba nervioso sobre la lápida. Abrahel se acercó hasta recortar toda distancia y tomó el mentón del hombre, y le observó directamente a los ojos, pero los ojos de Abrahel estaban completamente negros, era un simple reflejo de su verdadera forma.- Entonces… ¿Aún quieres hacerlo? –Murmuro manteniendo aquella mirada sobre los orbes ajenos, el hombrecillo gritó despavorido y corrió, huyendo así de la escena.-

Abrahel rió, totalmente divertida, era la primera risa sincera en mucho tiempo. Aún sonreía mientras observaba a su alrededor, nunca había estado allí, pero el silencio y el ambiente eran perfectos y al parecer estaba solo, o eso le pareció hasta que vislumbró una figura en lo alto de la cerca del cementerio. Su sonrisa se redujo un poco mientras observaba, curiosa como siempre a alguien que, quizás como ella, había pensado que tal lugar era agradable.