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Título de trama
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Espacio libre
[Privado|Caliel] The sweet Angel and the girl of the night Miér Ago 06, 2014 9:22 amJulia V.[Akasha]
Hariel
P.B :
Lee HyukJae
Sexo :
Localización :
En espera.
Mensajes :
52
Fecha de inscripción :
25/05/2014
Edad :
30
Humor :
Insondable..
― ¿Todo es para usted?
El jovenzuelo de azulado cabello no supo qué contestar. Por supuesto que todas aquellas latas de cerveza eran para él, ¿para quién más? No obstante, no era el tipo de persona que divulgaba sus debilidades, y el motivo por el cual se embriagaría aquella tarde era una gran debilidad.
― Unos compañeros de trabajo me esperan. Celebraremos mi cumpleaños. ― Le sonrió a la señora que, muy amablemente, le atendía. Extrajo el dinero requerido de su billetera, para luego pagar el valor de las bebidas y perderse tras la puerta de vaivén con las bolsas enroscadas en sus falanges. El viento le saludó sacudiéndole los cabellos y dejándole la nariz helada, cual cachorro que tiene la suya siempre húmeda. Inhaló profundamente aquel aire europeo, antes de caminar, con lentitud, en dirección a los canales de la ciudad. Tenían algo que lograba llenarle de nostalgia y melancolía. Claro, el elemento que no podía faltar allí . . . Cuando los dedos empezaron a dolerle por el peso y las bolsas, detuvo su avance, decidiendo que podría detenerse allí mismo. Vislumbró un muro pedrado cerca y no dudó en ir a sentarse encima. Podía ver el agua correr mansa, lo cual le tranquilizaba también. Una suave canción era susurrada por su boca, cantando él para sí mismo, mientras que sus manos abrían la primera lata de cerveza. Ciertamente, tenía cero tolerancia hacia las bebidas alcohólicas, pero en esos momentos de su vida, el vacío se hacía espacio en su interior, y si no tenía un momento de liberación, aquel agujero negro terminaría consumiéndolo. Necesitaba, más que nada, algo que distrajera su mente de pensar. Pensar..
Negó con la cabeza, alejando aquellas ideas y visiones. Sus ojos, cerrados, se hundieron cuando el líquido amargo tocó su garganta. Ah, realmente, no había nada como las bebidas dulces. ¡Cuánto las extrañó en ese momento! Pero una bebida dulce no serviría para su propósito ese día. No, señor. No había marcha atrás. Muchas veces los mantos finos eran usados como paño de lágrimas y luego eran desechados sin más, porque un simple manto no podía competir contra... algo superior. Trago fuerte, intentando deshacer el nudo que se había formado en su garganta. Terminó con una lata de cerveza, a la cual siguió otra, y otra. . . Y otra más. Hasta que llegó al punto en que su visión empezó a distorsionarse y su cabeza empezó a girar. . . Ah, qué divertido. ¿Las hojitas de los árboles siempre habían tenido alas? Una risita boba brotó de sus labiales, mientras él usaba el brazo derecho para apoyarse y no terminar cayendo al agua. Su cuerpo se estremeció con el frío, pero su sangre corría presurosa por sus venas, acelerada y caliente, enrojeciendo su piel pálida, pero nunca brindándole auténtico calor. Más latas de cerveza, y el mundo era suyo. Su camiseta estaba manchada con la fuerte bebida, y su cuerpo ahora estaba de pie en el muro que le había servido de asiento. Los ojos cerrados, la cabeza inclinada hacia atrás y los brazos extendidos. Y el precario equilibrio... Debía suceder. Si no en aquel momento, en algún otro. Cayó de espaldas, y lo peor (o más divertido) fue que ni él se dio cuenta, sino hasta que el golpe en su cabeza le dolió en el alma.
― Aushh... Dios... ― Se lamentó, mordiéndose el labio inferior para que la mueca no se transformara en otra cosa, quedándose allí tirado, puesto que el cielo se movía encima suyo. Poco a poco, iba perdiendo la consciencia...
Y las nubes fueron algodón cuando empezó a llover en su mirar.
El jovenzuelo de azulado cabello no supo qué contestar. Por supuesto que todas aquellas latas de cerveza eran para él, ¿para quién más? No obstante, no era el tipo de persona que divulgaba sus debilidades, y el motivo por el cual se embriagaría aquella tarde era una gran debilidad.
― Unos compañeros de trabajo me esperan. Celebraremos mi cumpleaños. ― Le sonrió a la señora que, muy amablemente, le atendía. Extrajo el dinero requerido de su billetera, para luego pagar el valor de las bebidas y perderse tras la puerta de vaivén con las bolsas enroscadas en sus falanges. El viento le saludó sacudiéndole los cabellos y dejándole la nariz helada, cual cachorro que tiene la suya siempre húmeda. Inhaló profundamente aquel aire europeo, antes de caminar, con lentitud, en dirección a los canales de la ciudad. Tenían algo que lograba llenarle de nostalgia y melancolía. Claro, el elemento que no podía faltar allí . . . Cuando los dedos empezaron a dolerle por el peso y las bolsas, detuvo su avance, decidiendo que podría detenerse allí mismo. Vislumbró un muro pedrado cerca y no dudó en ir a sentarse encima. Podía ver el agua correr mansa, lo cual le tranquilizaba también. Una suave canción era susurrada por su boca, cantando él para sí mismo, mientras que sus manos abrían la primera lata de cerveza. Ciertamente, tenía cero tolerancia hacia las bebidas alcohólicas, pero en esos momentos de su vida, el vacío se hacía espacio en su interior, y si no tenía un momento de liberación, aquel agujero negro terminaría consumiéndolo. Necesitaba, más que nada, algo que distrajera su mente de pensar. Pensar..
Negó con la cabeza, alejando aquellas ideas y visiones. Sus ojos, cerrados, se hundieron cuando el líquido amargo tocó su garganta. Ah, realmente, no había nada como las bebidas dulces. ¡Cuánto las extrañó en ese momento! Pero una bebida dulce no serviría para su propósito ese día. No, señor. No había marcha atrás. Muchas veces los mantos finos eran usados como paño de lágrimas y luego eran desechados sin más, porque un simple manto no podía competir contra... algo superior. Trago fuerte, intentando deshacer el nudo que se había formado en su garganta. Terminó con una lata de cerveza, a la cual siguió otra, y otra. . . Y otra más. Hasta que llegó al punto en que su visión empezó a distorsionarse y su cabeza empezó a girar. . . Ah, qué divertido. ¿Las hojitas de los árboles siempre habían tenido alas? Una risita boba brotó de sus labiales, mientras él usaba el brazo derecho para apoyarse y no terminar cayendo al agua. Su cuerpo se estremeció con el frío, pero su sangre corría presurosa por sus venas, acelerada y caliente, enrojeciendo su piel pálida, pero nunca brindándole auténtico calor. Más latas de cerveza, y el mundo era suyo. Su camiseta estaba manchada con la fuerte bebida, y su cuerpo ahora estaba de pie en el muro que le había servido de asiento. Los ojos cerrados, la cabeza inclinada hacia atrás y los brazos extendidos. Y el precario equilibrio... Debía suceder. Si no en aquel momento, en algún otro. Cayó de espaldas, y lo peor (o más divertido) fue que ni él se dio cuenta, sino hasta que el golpe en su cabeza le dolió en el alma.
― Aushh... Dios... ― Se lamentó, mordiéndose el labio inferior para que la mueca no se transformara en otra cosa, quedándose allí tirado, puesto que el cielo se movía encima suyo. Poco a poco, iba perdiendo la consciencia...
Y las nubes fueron algodón cuando empezó a llover en su mirar.
Invitado
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El viento le acarició el rostro, ondeando suavemente el flequillo negro mientras el iris del mismo tono se paseaba indescifrable por las calles y las personas; se preguntaba en su fuero interno el por qué había deseado con tan ferviente deseo el recorrer el pequeño mundo que ante sus ojos se precipitaba con desdén. Muchas cosas en su mente se apilaban, unas más importantes que otras; cigarrillo entre los labios y miradas indiscretas dirigidas a su persona ocasionaban en el muchacho la apabullante y preciosa sensación agradable que deriva del ego. De carácter volátil, en aquel momento ser el centro de atención pagaba cualquier molestia que pudiera haber sentido instantes antes. Salir de casa no había sido una opción sin embargo por algún extraño azar del destino ahí se encontraba, paseándose por las calles de aquel pueblo con nombre extravagante.
Brujas.
Los carnosos labiales se estiraron en una sonrisa un tanto cínica, ocasionando que aquellos que le observaban con todo el descaro bajasen por fin sus miradas y el joven se sintiera pagado de sí mismo. En aquel precioso momento no había dulzura ni travesura en los ojos negros, no había una intención frívola de juego, sólo un presentimiento abrumador y la necesidad de caminar y caminar hasta su destino. ¿Cuál? Quién sabe. Sólo el tiempo y la marcha lo dirían; desde joven había aprendido a apreciar aquello que no se puede explicar gracias a la mujer que le crió, gracias a lo que era y a lo que no. Génesis dejó bailar precario el pitillo entre sus labios mientras observaba el cielo y las nubes le daban una húmeda bienvenida. Y el muchacho no pudo evitar sonreír mezcla molestia, mezcla agrado a la par que seguía caminando y los transeúntes corrían a por el resguardo. Génesis rió despacio y en un sonido amortiguado por sus propios pasos sobre las húmedas aceras ante tan estúpido comportamiento humano; sólo era agua, ¿qué mal podría hacerles a esos idiotas?
Negó, porque simplemente era una pérdida de tiempo entender una forma de actuar que no le interesaba.
Los canales se movían con calma mientras eran salpicados por gotas de rocío; una figura tirada en el suelo le hizo menear la cabeza y lograr que el flequillo empapado escurriera hacia un lado de su precioso y frío rostro. Las latas de cerveza auguraban un borracho inconsciente, sumido en su propia miseria y ganas de olvidar y por algún motivo aquel muchacho se le pareció a él y él se pareció al muchacho. — Pobre desgraciado. — Musitó más para sí mismo que para el durmiente en el suelo y, sin poder creer lo que se hallaba haciendo en esos momentos su cuerpo se movió como impulsado pos hilos invisibles y sus brazos acunaron el cuerpo delgado en su pecho.
Lo cargó sobre su hombro y dejó escapar un bufido de desprecio al tiempo que le impulsaba para sentarle en el suelo y recostarle de la pared. — Despierta. — Demandó, dándole pequeñas palmaditas en el rostro, sin demasiada fuerza; los mechones negros caían despreocupados sobre su rostro confiriéndole una belleza angelical.
Brujas.
Los carnosos labiales se estiraron en una sonrisa un tanto cínica, ocasionando que aquellos que le observaban con todo el descaro bajasen por fin sus miradas y el joven se sintiera pagado de sí mismo. En aquel precioso momento no había dulzura ni travesura en los ojos negros, no había una intención frívola de juego, sólo un presentimiento abrumador y la necesidad de caminar y caminar hasta su destino. ¿Cuál? Quién sabe. Sólo el tiempo y la marcha lo dirían; desde joven había aprendido a apreciar aquello que no se puede explicar gracias a la mujer que le crió, gracias a lo que era y a lo que no. Génesis dejó bailar precario el pitillo entre sus labios mientras observaba el cielo y las nubes le daban una húmeda bienvenida. Y el muchacho no pudo evitar sonreír mezcla molestia, mezcla agrado a la par que seguía caminando y los transeúntes corrían a por el resguardo. Génesis rió despacio y en un sonido amortiguado por sus propios pasos sobre las húmedas aceras ante tan estúpido comportamiento humano; sólo era agua, ¿qué mal podría hacerles a esos idiotas?
Negó, porque simplemente era una pérdida de tiempo entender una forma de actuar que no le interesaba.
Los canales se movían con calma mientras eran salpicados por gotas de rocío; una figura tirada en el suelo le hizo menear la cabeza y lograr que el flequillo empapado escurriera hacia un lado de su precioso y frío rostro. Las latas de cerveza auguraban un borracho inconsciente, sumido en su propia miseria y ganas de olvidar y por algún motivo aquel muchacho se le pareció a él y él se pareció al muchacho. — Pobre desgraciado. — Musitó más para sí mismo que para el durmiente en el suelo y, sin poder creer lo que se hallaba haciendo en esos momentos su cuerpo se movió como impulsado pos hilos invisibles y sus brazos acunaron el cuerpo delgado en su pecho.
Lo cargó sobre su hombro y dejó escapar un bufido de desprecio al tiempo que le impulsaba para sentarle en el suelo y recostarle de la pared. — Despierta. — Demandó, dándole pequeñas palmaditas en el rostro, sin demasiada fuerza; los mechones negros caían despreocupados sobre su rostro confiriéndole una belleza angelical.
Hariel
P.B :
Lee HyukJae
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Localización :
En espera.
Mensajes :
52
Fecha de inscripción :
25/05/2014
Edad :
30
Humor :
Insondable..
El murmullo.
¿Un siseo?. . . No podía definirlo. Fue algo que se deslizó por sus oídos y echó raíces en su cerebro. Pobre desgraciado. Y su mente se rió de él, porque ofrecía aquella versión tan paupérrima de sí mismo al mundo. Y él, por primera vez desde que recordaba, quiso mandar a su mente al demonio. En aquellos momentos, de no ser por el suave adormecimiento de su rostro, hubiera reído a carcajada limpia, burlándose de sí mismo, de su lamentable condición y de cómo la fuerza que ostentaba para proteger a otros se volvía nada cuando se trataba de sí mismo. Sin embargo, fue también en ese momento que sintió aquellos brazos acunarlo, y un pecho pegado a su cabeza. Y fue tan extraño. . . Una parte de su mente intentó rescatar el recuerdo del último abrazo que le habían dado, cayendo e la cuenta de que, realmente, había pasado demasiado tiempo desde alguno. "Dios..."
Lo siguiente de lo que fue consciente fue el aire a su alrededor. Y luego, su espalda chocó suavemente contra algo duro, una pared, probablemente. 'Despierta', dijo la voz. Una voz hipnotizante que parecía querer hechizar su mente para obligarle a obedecer. Los golpes leves en su rostro no hicieron más que apoyar esa teoría, cosa que él agradeció internamente. Lo intentó. Y lo volvió a intentar. Y una vez más. Y otra. Y otra. . . Fue entonces que se dio cuenta de que sus párpados pesaban demasiado, que sus ojos eran agua que los había pegado. Porque, a veces, las lágrimas reprimidas son el pegamento más potente.
Sus piernas , no obstante, sí se movieron, apretándose contra su propio pecho y nadando en la súbita calidez que estaba empezando a llegar a él. Su postura, casi fetal así, se mantuvo, hasta que sus cejas se hartaron de la situación y se hundieron para forzar a aquellas cortinas de dermis a abrirse, dejando que el otro viera su mirar, y posando su mirar en el otro. La humedad ayudó.
Y se sintió un perro.
La sensación llegó a él como un bólido, recordándole los días de perro callejero que había soportado luego de dejar aquel hogar, estado del cual sólo le sacó una persona. Misma persona que ya no tenía. Tragó fuerte, intentando hacer pasar aquel incómodo nudo por su garganta, siendo, literalmente, un cachorro bajo la lluvia, todavía mirando al ángel de cabello azabache que se asomaba a su campo de visión. ¿Quién era? ¿Por qué aquella sensación de familiaridad? ¿Y la calidez? Era extraño, así que se limitó a estudiarle con la mirada, usando toda la lógica que su estado semi ebrio podía otorgarle.
¿Un siseo?. . . No podía definirlo. Fue algo que se deslizó por sus oídos y echó raíces en su cerebro. Pobre desgraciado. Y su mente se rió de él, porque ofrecía aquella versión tan paupérrima de sí mismo al mundo. Y él, por primera vez desde que recordaba, quiso mandar a su mente al demonio. En aquellos momentos, de no ser por el suave adormecimiento de su rostro, hubiera reído a carcajada limpia, burlándose de sí mismo, de su lamentable condición y de cómo la fuerza que ostentaba para proteger a otros se volvía nada cuando se trataba de sí mismo. Sin embargo, fue también en ese momento que sintió aquellos brazos acunarlo, y un pecho pegado a su cabeza. Y fue tan extraño. . . Una parte de su mente intentó rescatar el recuerdo del último abrazo que le habían dado, cayendo e la cuenta de que, realmente, había pasado demasiado tiempo desde alguno. "Dios..."
Lo siguiente de lo que fue consciente fue el aire a su alrededor. Y luego, su espalda chocó suavemente contra algo duro, una pared, probablemente. 'Despierta', dijo la voz. Una voz hipnotizante que parecía querer hechizar su mente para obligarle a obedecer. Los golpes leves en su rostro no hicieron más que apoyar esa teoría, cosa que él agradeció internamente. Lo intentó. Y lo volvió a intentar. Y una vez más. Y otra. Y otra. . . Fue entonces que se dio cuenta de que sus párpados pesaban demasiado, que sus ojos eran agua que los había pegado. Porque, a veces, las lágrimas reprimidas son el pegamento más potente.
Sus piernas , no obstante, sí se movieron, apretándose contra su propio pecho y nadando en la súbita calidez que estaba empezando a llegar a él. Su postura, casi fetal así, se mantuvo, hasta que sus cejas se hartaron de la situación y se hundieron para forzar a aquellas cortinas de dermis a abrirse, dejando que el otro viera su mirar, y posando su mirar en el otro. La humedad ayudó.
Y se sintió un perro.
La sensación llegó a él como un bólido, recordándole los días de perro callejero que había soportado luego de dejar aquel hogar, estado del cual sólo le sacó una persona. Misma persona que ya no tenía. Tragó fuerte, intentando hacer pasar aquel incómodo nudo por su garganta, siendo, literalmente, un cachorro bajo la lluvia, todavía mirando al ángel de cabello azabache que se asomaba a su campo de visión. ¿Quién era? ¿Por qué aquella sensación de familiaridad? ¿Y la calidez? Era extraño, así que se limitó a estudiarle con la mirada, usando toda la lógica que su estado semi ebrio podía otorgarle.
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