No soy de las mujeres a quienes les guste el trabajo, pero últimamente me he vivido muchos días en encerada en  mi oficina, para poner en orden a la administración de este gran instituto, he pasado días e vela en la elaboración de políticas adecuadas para los aspirantes a alumnos, así como para la planeación de estudios, la selección de los mejores maestros que faciliten el entendimiento de las disciplinas a impartir.

Como ya mencione, casi no he salido, y si es necesario un cita para hablar conmigo, la mejor manera para hacerlo hacer es atreves de un carta, escrita con anticipación, ya que así me daría tiempo para poner esconder el desorden de hojas que hay sobre mi escritorio; además de tendría la oportunidad de no verme tan “mortal” por la falta de sueño y el exceso de café.

Y asi, un día me llego la carta de Scarlette, la cual solo me citaba para dar una charla común sin ningún tema en particular, me parecía perfecto puesto que ya necesitaba un descanso más largo, pero antes de eso necesitaba ver cómo resolver unos asuntos de importancia, y así pasaron las horas y entre papeles se perdió la carta, la cual era la única que me hacía concentrarme y terminar las cosas a tiempo. Y de un momento a otro me quede sin sustento de energía cafeinica(?) lo que causo que me quedara dormida sobre todo el papeleo.

Por suerte tengo el sueño bastante ligero y se me es fácil despertar, así que al solo escuchar la voz de Sacarlette decir mi nombre reaccione de golpe, arregle un poco mi cabello mientras ignoraba el caos de mi escritorio, me acerque a abrir la puerta ya que era raro que no pasara, sabiendo que por lo general la oficina esta abierta. –Pasa linda, te estaba esperando- le dije con una sonrisa invitándola a pasar, al verla me percate que llevaba las manos bastante ocupadas  –Déjame ayudarte- tome una cosas y las coloque en la mesa de centro de la oficina que estaba situada en medio de unos sillones de frente a mi escrito, -Linda has de disculpar el desorden que tengo pero se me ha hacho difícil actualizara esta institución, pareciera que la han dejado en el siglo XIX- le comente intentado ocultar un poco las pilas de hojas que estaban en mi escritorio. –¿Te ofrezco algo de tomar? Dime, ¿que se te apetece?- añadí con un sonrisa en la cara.