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Invitado
Invitado
Anonymous
Lun Nov 04, 2013 9:04 am
Tomaba mi café de la tarde con completa normalidad, sentado en aquella silla que calificaría de bastante mala calidad. Observaba la ciudad que se abría frente mis ojos, detrás del cristal de una ventana mal limpiada, en el que se encontraban restregones del trapo y en el que nuevos manchurrones, tal vez, obsequio especial de los clientes de la mañana, adornaban ese cristal viejo y de mal aspecto.

Fuera como fuera, yo me encontraba plácido, tras haber inducido a un joven drogadicto al suicidio. Me sentía bien; realizado conmigo mismo. Era el primer día que hacía algo de provecho, ya que desde que había llegado a la ciudad de Brujas, tan sólo me había dedicado a saciar mi apetito sexual con unos y otros. Mas ahora ya estaba más centrado y, por fin, me lanzaba a tan sólo hacer mi trabajo como Daïmon y ayudar a la sociedad humana a reconducirse por el mal camino. Sonreí, satisfecho por mi raza y por ser parte de ella.

Algunos pensarían que los Daïmon eramos unos seres terribles, monstruos sin corazón que se alimentaban de la desesperación y el dolor ajeno. Y no iban del todo equivocados, pero parecía que no muchos llegaran a comprender, que esa era la naturaleza Daïmon y, por lo tanto, uno de los pilares de la balanza. Para mantener el equilibrio del mundo, se necesitaba mucho más que bondad. Si todo fuera bondad en el mundo, todo caería hacia un mismo lado. Se necesitaba de la maldad, porque todo tieen su punto de oscuridad.

Sin embargo, esos temas profundos y trascendentales sobre la vida, no eran del todo mi apetito. A pesar de que una vez antaño, había mostrado interés por esa clase de ideas, ahora prefería desentenderme del mundo, desvincularme de él completamente y tan sólo dedicarme a mirar el mundo de mis ojos. Ese mundo, era en el que yo vivía, en el que, por lo tanto, lograría mi cometido como Daïmon, sin importar las miradas ajenas. Y así era como yo vivía.

Por eso tomaba mi café de las tres, sentado en aquella incómoda silla de hierro de mala calidad, dispuesto a ver la caída libre de aquél muchacho joven, de unos veinti tantos.

—No queda mucho...— susurré, para mí mismo, observando al desesperado jovenzuelo subir las escaleras de emergencia del exterior del edificio, para llegar a la azotea y lograr su cometido de terminar con su vida. Y yo sonreía, me relamía los labios y disfrutaba del palpito en mi pecho, que me indicaba que mi corazón ansiaba ver cómo se derramaba sangre. Sangre, mis ojos la necesitaban. Siempre había sido visto por los demás Daïmons como alguien sangriento en exceso. No conocía la piedad, y cuanta más sangre, mejor me lo pasaba.

—Lástima que apenas llegará el olor aquí— me dije a mí mismo, subiendo la taza hasta alcanzar mis labios y darle un sorbo al café caliente y amargo.
JongWoon

JongWoon
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JongWoon
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Brujas
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146
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29/11/2012
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Vie Nov 29, 2013 5:08 pm
Vorador podía andar en el día, sin preocupación por el sol, y era un don que no muchos vástagos podían poseer. El regalo de una vieja amiga, le permitía vigilar la ciudad a horas en que los demás vástagos tenían que permanecer en la oscuridad por el riesgo a morir… de nuevo. El líder strigoi de la ciudad mantenía estricta vigilancia sobre todo lo que pudiera significar una amenaza para los suyos, sobre todo por la inminente oscuridad que no provenía de los däimon y que se cernía sobre la ciudad como un monstruo invisible. JongWoon, como había sido llamado desde que era un humano indefenso, disfrutaba de aquella sensación de peligro, tal vez era que nunca había sido muy racional, o tal vez, era que era tan protector con los suyos que apenas y alguien levantaba la mano contra ellos, el desataba toda su furia contra ese individuo. Recorría las calles con tranquilidad, buscando alguna pista de Merrick, en algún lado debía estar, y la verdad era que le extrañaba, su hermosa hermana asesina, loca y despiadada… perfecta.

Todo estaba cayendo en su lugar, JiYeon había vuelto y poco a poco los vástagos retomaban la ciudad, aunque aun le faltaba conocer a varios de ellos. Ya lo haría. El sol estaba en su apogeo, las tres de la tarde eran las culpables de este efecto, y aunque no le molestaba, la verdad era que después de siglos de vivir en la oscuridad, había aprendido a odiarlo y buscar el refugio del frio en las sombras. Así pues, su caminar le llevo a una avenida donde encontró una cafetería. Y en esa cafetería hallo a uno de los antes mencionados.

Däimon…

Sin embargo su mirada se desvió a aquel joven que jugaba con su vida desde la cornisa de un edificio, sus ojos, inyectados de sangre se cruzaron con los de Vorador y este sonrió de lado, ladeando la cabeza en un gesto retador.

No te atreves…

Le hablo a su mente, terminando de romper la poca cordura que le quedaba, la gente empezó a gritar y algunos a llamar a la policía, malditos humanos apestosos y miedosos. Todo el lugar olía a ese inconfundible aroma a azufre o amoniaco que solo significaba una cosa: el däimon alteraba esa mente que se debatía entre la vida y la muerte.
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